La adaptación al Cambio Climático: ¿cómo hacerlo un tema relevante en la agenda de las ciudades?

Artículo
13 Noviembre 2014

 

Cada vez existe un mayor consenso sobre la certidumbre respecto al cambio climático y la necesidad de actuar. En palabras del Presidente Obama en su pasado informe a la nación, “the debate is settled, climate change is a fact” ['el debate concluyó, el cambio climático es un hecho']. Sin embargo, y a pesar de haber una mayor certeza de que las transformaciones en el clima están ocurriendo, la adaptación climática no es todavía un tema prioritario en la agenda pública.

Éste sigue siendo un asunto marginal que cuenta con relativamente escasos recursos financieros e instrumentos de política, si se les compara con los que están dirigidos a mitigar las emisiones GEI. (Ver el estudio que publica el Climate Change Journal y las acciones registradas en el Carbonn Cities Climate Registry) Las ciudades de América Latina son altamente vulnerables a los eventos asociados al cambio climático tanto por su ubicación como por sus propios procesos de desarrollo urbano. En mi país México, por ejemplo, UN-Habitat estima que el 70% de las personas que habitan en zonas de riesgo se ubican en zonas urbanas.

¿Por qué será entonces que la adaptación climática siga sin ser un tema central en el debate público de nuestras ciudades? Los beneficios asociados a las medidas de mitigación – o co-beneficios – son más fáciles de calcular. Los ahorros económicos por consumo de combustible, control de la contaminación y disminución de la congestión asociados a medidas transporte público eficiente, por ejemplo, pueden cuantificarse con bastante precisión, lo cual vuelve mucho más evidente que en iniciativas bajas en carbono como ésta, todos ganan. Por el contrario, las evaluaciones de riesgo y vulnerabilidad climática son un campo de trabajo emergente cuyos resultados en términos de costo-beneficio son menos contundentes, entre otras cosas, por la dificultad de modelar el clima a escala regional o local. 

Otro elemento es que las medidas de adaptación pueden relacionarse con la movilización de grandes inversiones de infraestructura que a veces no garantizan beneficios concretos en el corto plazo. Evidentemente resulta complicado priorizar este tipo de acciones ante problemáticas urbanas que, sobre todo en las ciudades de los países en desarrollo, parecen más urgentes de resolver. Pero creo que es justamente en este punto donde hay que cambiar el enfoque. La adaptación al cambio climático se debe concebir como un eje más de los programas de desarrollo urbano y por tanto, la evaluación de riesgos y priorización de intervenciones deben desarrollarse bajo esta óptica. La instrumentación del Plan de Manejo de Laderas del Distrito Metropolitano de Quito, Ecuador, por ejemplo, que incluye una serie de medidas para disminuir los riesgos de inundaciones y deslaves, es relevante para el desarrollo agrícola y social de ésta zona aún en ausencia de futuras transformaciones en el clima, dados los beneficios esperados por captación de agua de lluvia, control de la erosión y recuperación de áreas verdes. 

Las medidas de saneamiento y gestión del agua previstas en el Plan de Acción del Mar del Plata, incrementarán las capacidades de adaptación climática de la ciudad ante un posible avance del frente salino en el acuífero que actualmente abastece de agua a la ciudad; al mismo tiempo promoverán el aprovechamiento sustentable de este recurso que actualmente tiene altos niveles de presión. Varias ciudades iniciaron la integración de variables de vulnerabilidad y riesgo climático en sus programas urbanos ante condiciones de escasez recursos actuales que pueden agudizarse en escenarios de cambios de clima. La ciudad de Amman, Jordania, ubicada en un ecosistema árido, inició proyectos de adaptación climática que incluyen tecnologías de almacenamiento de agua en viviendas, programas de tratamiento y reutilización de aguas negras, esquemas de agricultura urbana e instalación de azoteas verdes en viviendas. Éstas últimas, les han dado a sus habitantes, ingresos adicionales por el cultivo y venta de plantas y han permitido aprovechar el agua de lluvia para el consumo humano.

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